Un sueño que recapacita sobre lo perdido. Las esperanzas que se acaban con los sueños. Todo lo que es real y lo que no. En el momento en que me encontré está historia escondida en un viejo abeto, pienso sobre si fue verdad lo que se narra en ella o no. Desde luego está tan bien plasmada que incluso  se me hace raro que no fuera del todo cierta. Pero quien soy yo para dictar sentencia ante la realidad, después de todo lo que he visto. Se lo que sea, está es la historia más hermosa que jamás he leído: 
El organista
Recapacitaba las veces que le pedía a los astros  que su sueño de encontrarla se hicieran realidad, cada vez que ponía su mano sobre las teclas, la mente sola abría las puertas de la imaginación. Miraba dentro para encontrar su mundo, allí estaba el mar suave con sus algas rozando sus pies, una sonrisa atlántica que procesa el Sol cuando llega al atardecer. Normalmente, los arboles gigantescos le gustaban, en parte porque eran los que disponían de más hojas de colores  que luces tiene una feria en verano, pero su amado árbol era diferente a los demás; era un árbol antiguo y desgastado, pero que tenía algo que no tenían los demás, un gran órgano tubular.
El dueño que era tan viejo como el propio órgano, se sentaba cada mañana en su asiento y comenzaba a tocar el órgano creando las melodías más maravillosas del mundo. Era lógico que muchos niños les hiciese ilusión ir donde  el organista hacía su música para escucharle, pero él era un  poco áspero y no le gustaba mucho las visitas. Él siempre estaba orgulloso de su música pues  gracias a ella los campos eran verdes, los arboles brillaban con luz propia y las aguas del mar bailaban a su compas, aunque él y su órgano siempre fueran grises.
Pero un día como otro cualquiera, el organista hizo su rutina de tocar el órgano aunque esta vez pensó que estaría bien ir a dar un paseo por la playa para despejar un poco las ideas. Cuando llego a la playa se encontró a una mujer regordeta que miraba fijamente al mar, él no le hizo ni el más mero caso y se sentó en la playa, quitándose sus desgastados zapatos. La mujer fue poco a poco acercándose al gris organista mientras este se había quedado completamente embelesado sintiendo la brisa del mar en su rostro.
-Hola, mi querido amigo. Ese sueño ya se ha terminado-la mujer  sacó al organista del ensimismamiento en el que había quedado. El hombre le miro  a los ojos. Lo mismo hizo la mujer que tapaba una sonrisa con sus manos.
Nadie podía explicarle sobre los recuerdos que había perdido  y que ahora había recuperado, siempre escucho sobre haber sido padre, pero lo cierto es que cada vez que amanecía se centraba tanto en su oscuro órgano, que olvidaba lo que tenía. Fue la tarde más lucida que le hizo ver cuáles eran sus anhelos más profundos.

Lo que él creía que era su motor en la vida, quedo palidecido frente a lo que siempre había creído su mente; al sueño de una noche de invierno constante. Entendió que no hay forma de aprender qué se ama con más fuerza hasta que se experimenta el dolor de la perdida. A partir de aquel instante el organista agarro la mano de aquella mujer y con el afán incesante que tiene la Luna de ocultar el Sol le dijo: -Te busqué en un mundo que había perdido su magia por completo-.